El capitalismo no teme al fervor, teme a la dirección. Por eso necesita artistas muy luminosos, muy carismáticos, pero mudos. Artistas que movilicen la fe, pero nunca el lenguaje. De ahí surgen "nuevos formatos"
como las listening parties o los "momentos virales" que ya no dependen de una canción, sino del acceso simbólico al artista. El fan paga...
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