¿Cómo hacemos que nos crean que vamos a vender supermercado, carnes, lácteos y verduras? Eso se preguntó mi padre y dio su propia respuesta: la única manera es rifar una vaca. Pienso ahora que seguramente existían otras maneras, pero esta era la más atrevida, sin lugar a duda; al punto de que tal vez sería mal vista a la luz de los valores de hoy.

Eran tiempos en los que no existían sistemas de información para conocer de manera certera qué productos tenían mayor demanda, por lo que no era inusual escuchar a mi padre decir: «Más territorio y menos escritorio», una forma de pedirle a su gente que se involucrara con la única realidad del negocio: el piso de ventas, pues este constituía el

Cualquier ocasión era un pretexto para un nuevo invento con tal de atraer a los compradores barranquilleros. Mi padre apuntaba a generar en el consumidor un apego emocional a la marca: tenía claro que los clientes no solo respondían a estímulos racionales, como calidad y precios bajos, sino a otros estímulos de carácter emocional. Con frecuencia

PRÓLOGO Mi buen amigo Samuel Azout —Sammy, para quienes tenemos el privilegio de ser cercanos a él—, junto con su familia, me ha concedido el honor de presentar esta historia que ejemplifica la creación genuina de riqueza tanto económica como social. He acogido este llamado porque estoy seguro de que él y los suyos son un testimonio vivo de cómo se

«El Vivero» nació y creció a partir de un sitio pequeño de venta de descuento que buscaba la rotación más que las grandes ganancias. Pronto, sobresalió por la originalidad de sus productos, su servicio digno y el amor de sus empleados por el negocio.

Mi padre no distinguía entre el presidente de un banco —o inclusive de un país— y la persona que se encargaba de cuidar los carros en el parqueadero, y le plasmó esto a su organización. Le encantaba almorzar con los conductores, con las secretarias, con las ejecutivas. Es curioso porque todos, inadvertidamente, discriminamos incluso sin querer. Él

La vida es como una pared, lo que tú le lanzas te lo devuelve, decía con alguna frecuencia, frase que le aprendió a mi muy apreciado amigo Jaime Alberto Gómez. Alberto Azout lanzaba generosidad y la vida fue generosa con él.

Para entrar a ese terreno de las grandes superficies el reto era seguir innovando y tecnificándose, y estar a la altura de nuevos competidores globales que llegaban al país, como Carrefour y Casino. ¿Cuál era la fórmula de mi padre? Enfrentarlos directamente con gran confianza, apoyados en las fortalezas locales. «Soy de la Costa y a tu lado

Mi padre siempre recibía a todas las personas con igual cariño y bondad, no solamente a aquellos honorables o importantes. Siempre me causó gran impresión que mi padre prefería compartir con gente buena y sencilla, e inclusive evitaba a aquellos ostentadores de riqueza o poder.