Sublime

“There is magic in the streets of Montevideo.”

“Utopia is on the horizon,” declares Eduardo Galeano. “When I walk two steps, it takes two steps back. I walk ten steps and it is ten steps further away. What is utopia for? It is for this, for walking.”

The laughter turns to groans. Blindness and unreason, rampant.

Así había comenzado la relación entre estos dos hombres disímiles, el refinado publicista que se creía un académico y un intelectual, y el rudo Sam Zemurray, hombre que se había hecho a sí mismo, empresario aventurero que, empezando con unos ahorros de ciento cincuenta dólares, había levantado una compañía que —aunque su apariencia no lo delatara—

Tampoco sabían gran cosa sobre el futuro; como todos, estaban desconcertados, asustados, ciegos sobre lo que esperaba a los dominicanos luego de que esos canallas asesinaron a su líder, al amo supremo, el Generalísimo que había convertido a esta republiqueta anacrónica en el país sólido, próspero, con el mejor Ejército de todo el Caribe que era en

indignation.

“We have still not had a death,” he said. “A person does not belong to a place until there is someone dead under the ground.”

Myths and fictions accustomed people, nearly from the