Los Ladrones De Entrevientos

Unos meses atrás, Federico había planteado una tercera alternativa que prometía lo mejor de ambos mundos: podrían entrar de madrugada y salir con el botín sin tener que violar ninguna cámara acorazada. Se activarían los sensores de movimiento en las oficinas, sí, pero con diez minutos les sobraba para llevarse lo que iban a buscar. Iban a robar un

¿Y un Mac? ―preguntó. ―Un MacGyver. En cualquier robo, por más organizado que esté, algo siempre sale mal y hay que improvisar. Necesitamos alguien que te arregle un avión con un rollo de alambre. Los Macs son los que hacen que la prensa termine hablando de «obra maestra» después de un robo.

Se agachó junto a una y trajinó un poco hasta encontrar el grueso cable recubierto de goma roja. ―Este es el que lleva electricidad de las baterías a todos los aparatos ―le dijo a Pólvora, enseñándoselo. Miró el reloj en su muñeca. ―Pero todavía faltan dos horas y media para que lo cortemos, así que ponete cómodo. Se sentaron en el suelo. Ella sacó

―¿Cámaras de seguridad en el interior? ―preguntó Mac. ―Cuatro, una en cada esquina. También hay sensores de movimiento y sísmicos. ―¡Ni que adentro hubiera oro! ―dijo el Pata. Mac rió. Le caía bien ese tipo. ―Las puertas son dos hojas de acero de un metro por dos, con núcleo de hormigón de quince centímetros ―explicó Minerva―. Seiscientos kilos cad

Agarró el aparatito que había dejado junto a su computadora y apretó uno de los botones. El pequeño proyector portátil se activó, dibujando un mapa de la Argentina sobre la pantalla de lona que Mac había desplegado unos minutos antes.

―¿Cuánto tardás en abrirla? ―preguntó el Pata. ―¿Esta? Entre nueve y doce minutos, pero en un par de semanas espero bajar a seis. Hablando de eso, voy a necesitar que cada vez que la abra, alguien cambie la combinación. Pólvora se irguió en el sofá y miró a Minerva. ―Yo, por las dudas, me encargo de conseguir una lanza térmica y tanques de oxígeno.

¿Quién tiene la combinación para abrir la bóveda? ―preguntó el Banquero. ―Una parte el jefe de fundición, otra el gerente de planta y otra el gerente de seguridad ―respondió Minerva―. Los tres tienen que estar presentes para abrirla cuando hay que guardar una tanda de lingotes y cada vez que viene el blindado a llevárselos.

Es muy importante que nos dirijamos el uno al otro con los apodos. Al principio puede que sea difícil, porque algunos de nosotros nos conocemos desde hace años. Pero el día del golpe no se nos puede escapar un nombre sin querer, así que vayamos desde hoy mismo acostumbrándonos.

No le quedaba otra opción que romper la regla de un atraco sin sangre. Su propia regla. Se iba a tener que tragar el discursito que le había dado al resto de la banda cuando el robo no era más que una idea lejana y un montón de mapas frente a una chimenea.