Cuerpo y mente, ¿hablan?

Dicen que el exterior impone en la vida de uno lo que no puede trabajar desde dentro. El mundo impone de manera física, tangible esa necesidad de aprendizaje, de cambio. Por que claro, si no quieres trabajar con un psicólogo, el cuerpo viene y te cobra esos euros en forma de lastimaduras, enfermedades, heridas. A ver si espabilas…

Me encuentro con las dos rodillas coronadas por frutillas. Un codo con dos punzantes y profundas heridas sangrantes, moretones por la cadera, las piernas y, por si faltara algo más, un tobillo torcido. Creo que es hora de mirar adentro qué estuve evitando.

Últimamente escribí mucho sobre la lentitud. Sobre la paciencia y el valor de las cosas que llevan tiempo. De la repulsión que me genera la inmediatez y el producto de esto en la cultura y su calidad deteriorada. Mi última entrada en el cuaderno que llevo a todos lados lleva un lettering que dice “ NO AL MOVIMIENTO RÁPIDO, NO A LA ACELERACIÓN”. Junto a una frase poética de Adorno “Es suficiente con escuchar el viento para ser feliz”. ¿Vos paras a escuchar el viento?

Yo creo que vengo de meses de no frenar. Todo esto que iba teorizando, lejos estaba de ponerlo en práctica. Eran ideas que pasaban rápidamente en tren de alta velocidad (la contradicción) y lograba registrar en esos instantes que tomaba el boli y el papel. No les daba la reflexión y el tiempo que merecen. Ni la lentitud de procesamiento. Estaba, con rapidez, intentando dilucidar por qué venían estos pensamientos.

Pero ¿de qué corría? ¿De la lentitud? ¿De las verdades que decantan con el tiempo lento?

Ahora veo como mi mente anticipaba una necesidad de pausa, pero mi cuerpo no quería escucharla.

Muchas veces mi cabeza y mi cuerpo no cooperan. No coordinan. Es como que mi mente sabe lo que es mejor para el cuerpo, pero este quiere comprobarlo por si mismo, a los golpes. Literalmente. Algo parecido con los consejos, los escucho, mi mente los procesa, pero luego hago lo que me da la gana y probablemente rebote contra esa piedra que me habían anticipado. Que se le va a hacer, aprendo errando.

La torpeza es no darse el tiempo de coordinar mente y cuerpo. Y se hizo realidad en mi fin de semana del desastre: volé del Bicing por hacerme la flipada e intentar andar sin manos. Terminé estrellada cual bicho sobre el vidrio de un coche, pero en el cemento de carrer Urgell (imaginad el soundtrack: “todo roto” de Nathy Peluso). Ah pero eso no, no, no fue todo. No me frenó el desparrame por el pavimento de salir e ir de acá para allá por toda Barcelona. Riendo, ignorando el dolor de las rodillas, la sangre del codo, los latidos de la pantorrilla morada. Y así, ya a media asta, me torcí el pie y me cancelé el movimiento y me quité la independencia.

“Pa’ que tenga y pa’ que aprenda”.

Inmovilizada por completo. Velocidad reducida, una guerra al acelere. Ahora fuera de mi cuaderno y dentro de mi cuerpo. -Cuidado con lo que escriben y programan.

Seguiré intentando escuchar lo que me anticipa la razón, aún a sabiendas de que me puede la curiosidad y la ambición de vivir las cosas en primera persona. Mi cuerpo toma control por encima de lo que se que es mejor para mi. Pero tampoco es que están desconectadas mente y cuerpo: Mi mente es su aliada, sabe maquillar los errores con lecciones y aprendizaje. Y eso me parece una alianza bonita.

Siempre detrás de un cuerpo torpe, hay una mente sabia.